lunes, marzo 07, 2011

Historias sin principio ni fin

Cuando tenía 14 años, cabellos alborotados, kilos extras producto de todos los triángulos de chocolate Donofrio que comía, habladora hasta los codos y con una sonrisa previa al tratamiento de ortodoncia, el día en que el muchacho X se le ocurría mirarme y decir “Hola”de aquella manera tan diferente al resto, además de las mariposas en el estómago sentía como un gigante feliz saltaba a la cuerda en mi interior.

Transcurridos los días de aquella primera chispa, el muchacho X y yo nos cruzábamos repitiendo las misma miradas, gestos y palabras, mientras el guión de mi película romántica iba avanzando, tal vez con poco diálogo y sin giros dramáticos, pero era mi película al fin y al cabo. Qué decir cuando coincidiamos en una fiesta, aquel muchacho X, tímido por lo general, se acercaba a invitarme a bailar, allí en la pista de baile mi alegría hacía que esos 4 minutos duraran una eternidad.

Por lo general con los tímidos(o con poca determinación) la historia no llegaba a más, todo quedaba en esas anécdotas, pero son las que recuerdo con más ilusión. Hubieron veces, en las que puse la determinación y la historia se hizo realidad, pero bien dice Sabina “No hay nostalgia peor, que añorar lo que nunca jamás sucedió.”.

¿Un pajazo mental(*) vale más que una historia que realmente sucedió? Pues creo que para algunos de nosotros sí. No me quejo de las historias que se hicieron realidad, pero como no trascendieron o se fueron enfriando o finalmente acabaron mal, pues las historias inconclusas con los chicos (pseudo) tímidos o que no tuvieron determinación siempre terminan refrescando mi memoria y alegrando mi presente. Hay veces en que siento que el gigante que salta a la cuerda espera paciente a que le de luz verde.




Un videito de la banda chilena Dënver.

(*) Una fantasía que queda solo en tu cabeza, que no se hace realidad, te da satisfacción aunque no sea cierto.

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